Hace ochenta años, el mundo vivió el horror absoluto: un intento sistemático de borrar del mapa a un pueblo entero. Hitler y el régimen nazi no solo asesinaron a millones de judíos, gitanos, comunistas y personas con discapacidad, sino que lo hicieron con una lógica industrial del exterminio, ante el silencio o la complicidad de gran parte del mundo. Desde entonces, repetimos como promesa sagrada: “Nunca más.”
Hoy, sin embargo, Gaza arde. Y el “nunca más” se tambalea. No es una exageración. No es un insulto. No es antisemitismo. Es simplemente mirar la historia de frente y reconocer que el sufrimiento pasado no puede justificar el sufrimiento presente. Israel fue fundado como un refugio para un pueblo perseguido, masacrado y disperso. Y eso, en esencia, debía ser un símbolo de justicia y dignidad.
Pero bajo el gobierno de Benjamin Netanyahu, ese símbolo ha sido secuestrado. Hoy, Gaza es un campo de muerte. No hay agua, no hay comida, no hay hospitales. Hay ruinas. Hay niños bajo los escombros. Hay hambre como arma. Hay terror desde el cielo. Y sí… todo eso nos obliga a recordar. ¿Cómo no traer a colación la memoria de los guetos?
¿Cómo no pensar en los trenes, en las deportaciones, en la lógica del “ellos no son humanos”?
Cuando un gobierno decide que todo un pueblo es el enemigo, y aplica castigos colectivos, eso no es defensa. Eso es crueldad sistematizada. Y eso, la historia ya lo vivió. Este no es un mensaje contra el pueblo judío.
Es un mensaje desde la historia judía, para el presente de Israel. Es un espejo: si fueron víctimas del horror absoluto, tienen el deber moral de no reproducirlo jamás. No es odio. Es conciencia. No es provocación. Es memoria. Hoy, Gaza necesita algo más que ayuda humanitaria: necesita que el mundo deje de mirar hacia otro lado. Necesita que recordemos, de verdad, lo que significa “Nunca más”. Porque si no lo hacemos, si callamos, si justificamos… entonces no aprendimos nada.
Autor:
Williams Valverde.