En los últimos días, Estados Unidos ha sido testigo de un acto que no solo desinforma, sino que también degrada el valor simbólico de la presidencia. Donald Trump, expresidente y figura central del actual escenario político, difundió un video falso generado por inteligencia artificial donde Barack Obama aparece siendo arrestado por el FBI y encerrado en una celda.
El material, aunque claramente ficticio, fue compartido en su red social sin advertencia, contexto ni aclaración, generando confusión, indignación y desinformación. Lo preocupante no es solo el contenido del video, sino el hecho de que provenga de alguien que ocupa el más alto cargo de la nación: la Presidencia de los Estados Unidos. Un presidente, actual o anterior, no tiene licencia para jugar con los sentimientos del pueblo. La investidura presidencial no es una herramienta de propaganda personal, ni un medio para saldar cuentas políticas.
Es un compromiso con todos los ciudadanos, incluso con aquellos que no votaron por él. Difundir un video falso, que representa simbólicamente la humillación y encarcelamiento de otro expresidente, no es libertad de expresión: es manipulación emocional. Es una burla a la democracia y una falta de respeto a las instituciones. No se puede exigir respeto cuando se actúa con desprecio por la verdad.
No se puede pedir unidad cuando se siembra odio y división. Estados Unidos no necesita líderes que vivan en el pasado, alimentando teorías de conspiración. Necesita líderes que construyan futuro, que hablen con responsabilidad y que comprendan el impacto de sus palabras e imágenes. Las redes sociales no son juguetes para quienes han tenido el poder; son plataformas con consecuencias reales en la opinión pública, en la estabilidad social y en la confianza ciudadana.
Trump no fue elegido para vengarse. No fue elegido para entretenerse con montajes digitales. Fue elegido por el pueblo para representar los intereses de todos los estadounidenses, sin excepción. Fue elegido para todos los ciudadanos de los Estados Unidos, no para servir a un partido político, y mucho menos para hacer uso del poder en función de sus apetitos personales.
Cuando se utiliza el poder —aunque sea simbólico— para dañar, dividir o manipular, se traiciona el juramento presidencial. El respeto se gana con hechos, no con espectáculo. Y el liderazgo se demuestra con responsabilidad, no con sarcasmo ni provocación.
🏛️ Editorial de Opinión: Trump, Obama y los límites del poder
🎙️ Un presidente no debe jugar con la conciencia del pueblo
El poder no se usa para dividir. Se usa para servir a todos por igual.